Sandro desconocía por completo que su encuentro con El Farolero tendría lugar aquella misma noche.
Después de haberse tomado una cálida infusión, sentado en su vieja butaca frente al fuego, contemplando aquel baile caótico y ardiente, arropó a la pequeña María la de Porcelana en su frágil cuna de madera y se recostó en aquella cama atiborrada de plumas, desde la cual pudo observar la placidez de la noche. Una luna a medio despertar dejaba entrever tan sólo una cuarta parte de su belleza a la ciudad de los puentes y la góndolas. Sin sentido aparente se levantó de un salto, corrió al escritorio y provisto de una pluma, un tintero, y un amarillenta hoja de papel, comenzó a escribir.
"Aquella noche reinaba una paz aterradora...Todos desconocían de su presencia, de su importancia, de sus laboriosas acciones. Nadie conocía a Fabio, el joven emprededor e incansable ante la derrota y la amargura del fracaso..."
El chirrido de la camita de María la de Porcelana extrajo a Sandro de su frenética lluvia de ingenio literario. Se acercó a la camita, colocó aceite donde se necesitaba y limpió con un pañuelito la zona. Regresó al destartalado escritorio, y, recogiéndose aquella enorme mata de pelo en un coleta, continuó escribiendo.
"Día tras día, Fabio salía a la par que los primeros rayos del sol, y, dedicándoles un educado "buenos días", echaba a andar con su estrambótico artilugio del oficio, con las esperanzas de un nuevo día mejor que el anterior...Pero un día, aparecieron en él el desasosiego y el sentimiento de soledad, de modo, que , aquel día..."
El viento comenzó a aullar afuera. Sandro, mosqueado por ser interrumpido una vez más, cerró la ventana bruscamente. Y de nuevo, continuó, esperando no ser molestado otra vez.
"De modo que, al caer la noche, se acercó a una casa, y, llamando previamente al timbre, encontró al amigo que le alejaría de aquella soledad que le atormetaba.
El hombre le abrió la puerta y, antes de que pudiera decir nada, cayó en el enorme saco de Fabio. A la mañana siguiente, muy lejos de allí, Fabio comentó su actuación a aquel hombre; sería s amigo durante un año entero, y le acompañaría a todas partes, y realizaría con él la infinita tarea del Farolero..."
La aguda melodía del timbre molestó una vez más a Sandro, y ya, enfadado, se acercó a la puertay abriendo de un portazo, se dirijió a una masa oscura que esperaba en el recibidor, y antes de perder la consciencia, vio aun joven barbudo, de mirada triste y perdida, ataviado con un hajado sobrero y túnicas negras.
Y esperemos que de Sandro se encargue la buena fotuna.
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